La entrevista de Martin Bashir a la princesa Diana en 1995 fue el golpe final a la imagen de la monarquía británica, y al cuento de hadas que 14 años atrás habían protagonizado el príncipe Carlos de Inglaterra y Lady Di con su boda. Un matrimonio en el que, Diana admitió a Bashir, siempre habían existido «tres personas»: ella, su marido y Camilla Parker Bowles.
Según se ha recriminado ahora, Bashir habría conseguido la entrevista con engaños, mentiras y manipulaciones. Algo en lo que coincidieron en su momento tanto el joven príncipe Guillermo como Hasnat Khan, el gran amor de Diana, que ha roto un silencio de más de una década para denunciar esa entrevista.
Kahn no necesita excesiva presentación: es el cirujano anglopakistaní que estuvo junto a la princesa entre 1995 y hasta después de su divorcio. Y que, según Tina Brown, experta en royals y ex directora tanto de Tatler como de Vanity Fair, siempre fue el gran amor de Diana. Alguien por quien estuvo dispuesta a mudarse a Pakistán, a quien intentó dar celos hasta el mismo día de su muerte –la última hornada de documentales sobre los años finales de Lady Di defendía que la relación de Diana con Dodi Al-Fayed era un intentó de llamar la atención de Khan para recuperarle–… Y que unas semanas antes de la entrevista de Bashir en Panorama había iniciado una relación con aquella princesa que un día le había soltado por la calle «Eh, ¿dónde vas?», cuando Khan salía de trabajar y ella estaba en un hospital visitando a un amigo convaleciente.
Para entonces, el matrimonio entre Diana y Carlos estaba completamente roto: vivían separados, la idea del divorcio estaba cada vez más presente, y la princesa vivía sometida a un acoso mediático sin precedentes.
Desde el propio gabinete de espionaje doméstico del Gobierno, –el MI5, los primos sin pasaporte de James Bond– hasta las más altas instancias de Buckingham, la vida de Diana se convirtió en un sinfín de titulares repletos de filtraciones y rumores. Parte de ellas orquestadas por Bashir, dispuesto a todo para conseguir la entrevista de su vida. Khan le ha contado al Daily Mail que Bashir era «un hombre taimado», alguien a quien hasta el príncipe Guillermo, entonces un adolescente, tenía calado: «Mamá, no es una buena persona».
Es lógico que a Khan le disgustase aún más su figura. Su noviazgo con Diana fue tan discreto como la figura del cirujano, que a sus 62 años trabaja como como médico humanitario en varios países en vías de desarrollo y reside en Essex, donde da clases y es figura de referencia en cirugía cardiotorácica. Khan y Diana pasaban casi todo su tiempo juntos en Kensington Palace, a salvo de los paparazzi. Su vida pública era casi inexistente. Cuando se arriesgaban a pisar la calle juntos, Diana llevaba peluca y gafas de sol para que no la reconocieran.
A Khan la vida tampoco le daba para un noviazgo estándar. Entonces, el cirujano era todavía un principiante, alguien que echaba horas y horas en los quirófanos del sistema de salud público. Un tipo normal cuya normalidad deleitaba a la princesa, dispuesta a hacerle las tareas domésticas cuando le visitaba en su pequeño apartamento. Un hombre que no acudía a bailes, ni a monterías ni a los eventos con olor a naftalina y tradición: la vía de escape perfecta a 15 años de presión royal.
Hasta sus discusiones eran interpuestas: el infame mayordomo de Diana, Paul Burrell, era el encargado de quedar con Khan en pubs neutrales para arreglar las cosas. Aún así, Diana estaba «locamente enamorada», como decía Jemima Khan, amiga de la princesa, y cuyo apellido venía de haberse casado con Imran Khan, playboy, millonario y actual primer ministro de Pakistán, sin parentesco con su compatriota médico.
Diana estaba dispuesta a todo por Hasnat. Mudarse a Pakistán, convertirse al islam, renunciar a todo para casarse con el cirujano… Que cada vez tenía más claro que la relación no podía funcionar a largo plazo. Aún así, Diana admiraba por encima de todo una virtud del cirujano: «es la única persona», comentaba entre sus íntimos, «que nunca me vendería» por un titular. Su legendaria discreción fue el refugio de la princesa durante el divorcio con Carlos.
Pero ni siquiera el viaje a Pakistán (vendido como humanitario pero en el que Diana quería preguntarle a los otros Khan cómo sería ese plan suyo de mudarse al país asiático) sirvió para cambiar la decisión del médico. El doctor tuvo una franca conversación con su familia en la que señaló el principal problema entre ambos: culturalmente, estaban tan separados que ninguna pasión podría hacer que aquello funcionase. «Nuestro matrimonio», le dijo el cirujano a sus padres, «duraría como mucho un año». La familia pastún del médico tampoco veía con buenos ojos un matrimonio entre su hijo y una chica inglesa.
Las consecuencias ya las conocemos: Diana decidió emprender un muy público noviazgo con Dodi, cubierto de millones y flashes y grandes apariciones, que acabó empotrado en una columna de un túnel parisino. Un final trágico que, aunque el padre de Dodi, el muy millonario Mohamed Al-Fayed, vistiese de monumentos y recordatorios públicos, no podía encubrir entre la gente cercana a Diana que la princesa murió enamorada del cirujano.
Pero, en parte, la afirmación del doctor fue profética. Khan terminó rehaciendo su vida muchos años después de la muerte de Diana, en 2007. Cuando se casó con otra persona de sangre royal, descendiente de la (derrocada en 1973) monarquía afgana. Aquel matrimonio duró 18 meses. Desde entonces, se le ha atribuido otro noviazgo de larga duración pero, hasta donde se sabe, el médico, comprometido con su trabajo y que vive solo en Essex, no ha vuelto a casarse. Su silencio se ha roto para denunciar algo que vivió de cerca: la manipulación que el resto de la gente que rodeaba a la princesa ejercían sobre Diana. «Una de sus cualidades más atractivas», le contaba al Daily Mail, «era su vulnerabilidad. Era lo que la hacía atractiva para el público. Tardé en darme cuenta de que Martin [Bashir] se cebó en sus vulnerabilidades para explotarlas. (…) Le llenó la cabeza de mierda».