Nathan Meads estaba en un Starbucks de Oxford, en el Reino Unido, cuando un desconocido lo paró y le pidió un autógrafo. Lo había confundido con Brad Pitt. Se rió del señor, pensando que estaba medio loco.
Pero no era cosa de un loco y, con el tiempo, cada vez más personas lo paraban por ese mismo motivo. Incluso cuando él decía que no era Brad Pitt le comentaban que debía ser su gemelo perdido.
Como explicó años más tarde al Daily Mail, él no era consciente de su parecido con el actor y tampoco se veía excesivamente guapo. “Nunca pensé que era de esos hombres que le gustan a todo el mundo”, dijo este británico de 34 años, pero gracias a la insistencia de desconocidos empezó a creérselo.
Cuando le confundieron con Brad Pitt por primera vez tenía solo 24 años y trabajaba en el mundo de la construcción, cobrando 38.000 dólares al año y sin ser consciente de su aspecto físico.
Ahora, diez años después, ha aceptado que sus caras son innegablemente parecidas y ha decidido sacar tajada de ello con un OnlyFans donde gana unos 1.280 euros por cada fotografía explícita.
Su objetivo es dejar el mundo de la construcción porque se ha dado cuenta que, gracias a sus casualidades genéticas, esta red le es muy lucrativa: “Suscribirse durante un año cuesta 117 dólares, hacerlo solo durante tres meses sale por $40 euros y probar un mes por 13. De momento, 35.000 personas han visitado su perfil”, añade con datos el diario español El País.
Esta ha sido su última estrategia comercial pero, como explica él mismo, lleva lucrándose de ser el clon de Pitt desde que se dio cuenta que el parecido era real. Como informa El País, desde hace más de tres años es un invitado frecuente en eventos y fiestas, donde hace de doble del actor, posando y firmando autógrafos.
Lo único que tuvo que hacer para que le llamasen fue “dejarse barba, ir al gimnasio y abrir un Instagram llamado Brad Pitt look alike (@bradpitt_lookalike), y así, se mimetizó completamente en él, de modo que ya no eran solo cuatro gatos quienes le confundían por la calle: era todo el mundo, hasta el punto de que ni a trabajar podía ir sin que le parasen fans locos.
Esto tiene su lado malo, por supuesto. “Mi fama me costó el matrimonio”, reconoce.
Su expareja odiaba que las chicas se le acercaran y pidieran fotos, autógrafos, conversaciones o incluso abrazos. No poder hacer planes con su marido sin que aparecieran una horda de seguidoras fue, poco a poco, generando tensión, y acabó en divorcio.
Como explica El País, ahora se ha recuperado del desamor gracias a “Adiel Mckinven, una maestra de 30 años que no tienen ningún problema con el interés que despierta su novio” y que, incluso, bromea sobre ello: “Lo primero que le dije es que es una pena que yo no me parezca a Angelina Jolie”.