24 de noviembre de 1948. La muerte rompió el habitual sosiego en el sanatorio Marshall Square de Philadelphia. Ese miércoles, los libros asentaban la muerte de una anciana de 84 años: Anna Maria Jarvis.
Descansaba de una profunda demencia que destrozó su vida. No tenía hijos, ni esposo, ni fortuna. Como único patrimonio, una miseria que carcomía hasta sus huesos. Había sido internada allí a inicios de la década, aquejada de trastornos psiquiátricos.
Desde la muerte de su madre, Anna Reeves Jarvis, en 1905, el principal objetivo en la vida de Anna Maria era hacer realidad el sueño de su progenitora: un día dedicado a la mujer que nos trajo al mundo.
La primera celebración oficial del Día de la Madre logró organizarla en mayo de 1908 en la Iglesia Metodista Episcopal Andrews, en Grafton, West Virginia. Al unísono se realizó un evento en una de las tiendas minoristas de Wanamaker, Philadelphia.
El proyecto fue refrendado por el presidente de EEUU en 1914, Woodrow Wilson, quien firmó una orden ejecutiva que declaró el segundo domingo de mayo Día de la Madre.
En 1920 la frustración de Anna Maria Jarvis era visible. Ella consideraba que se había degradado el espíritu de la celebración, al aprovecharse comerciantes y publicistas de la brecha financiera.
Aunque su estado de salud se lo impedía, cuánto dolor le hubiese suscitado saber que los vendedores de flores y tarjetas de felicitación de Philadelphia, blanco de sus diatribas, pagaban sus cuentas en el sanatorio.
Fue obsesiva su cruzada contra la orden ejecutiva de Wilson, incluyendo amenazas de demandas e incluso ataques a la primera dama Eleanor Roosevelt al usar el Día de la Madre en la recaudación de fondos para organizaciones benéficas, hubo detenciones en su contra al oponerse a la venta de flores y tarjetas de felicitación, un comportamiento que adquirió notoriedad en 1925 al arremeter contra las denominadas Madres de la Guerra.
Llegó a ser tal su aversión que, al referirse a las tarjetas dijo: “Una tarjeta impresa solo significa que se es demasiado indolente al escribirle de puño y letra a la mujer que ha hecho por uno más que nadie en el mundo”.
La madre de Anna Maria, Anna Reeves Jarvis, gestora del sueño de un Día de la Madre, fue un paradigma de grandeza. Devino genuina exponente del tercer Gran Despertar religioso en EEUU desde la fundación, en la Philadelphia’s St. George’s Methodist Episcopal Church, de un club para ayudar a las madres y los niños.
Durante ese período, la Iglesia Metodista desempeñó un importante rol al desarrollar proyectos de reforma social liderados por mujeres, fieles a los principios expuestos por Susana Wesley –madre de John Wesley– como testimonia en una de las cartas enviadas a su esposo en 1712: “…en tu ausencia no puedo menos que velar sobre cada alma que dejas bajo mi cuidado como un talento encomendado a mí, bajo una confianza del gran Señor de todas las familias, tanto en el cielo como en la tierra”.
El papel de Anna Reeves Jarvis lo sintetiza la miembro de la Iglesia Metodista Unida Histórica de San Jorge, Donna Miller: “Ella inició los clubes de madres. Allí les habló sobre la hidratación para bebés con fiebre, sobre saneamiento y nutrición. Luego llegó la Guerra Civil (1861-1865) y, junto a otras mujeres, pusieron un hospital de campaña justo en las afueras de Grafton”.
Anna Reeves Jarvis sufrió en carne propia los horrores de esa guerra: un golpe desgarrador a la nación. Fue tal la violencia que la mitad de las propiedades fueron destruidas, sobre todo en la parte sureña, y aunque las investigaciones de los veteranos de guerra William F. Fox y Thomas Leonard Livermore (1889) ubican la cifra de muertes en 620.000, un estudio reciente del profesor de la Universidad de Binghamton, J. David Hacker, las ubica en 850.000.
Uno de los retos de Mamá Jarvis, así la apodaron, fue sanar el corazón de quienes habían perdido sus hijos en la Guerra Civil. Convocó a las progenitoras de los triunfadores y los vencidos a los cultos dominicales e hizo que el símbolo de los encuentros fuera un clavel, por el modo en que esa flor mantiene apretados sus pétalos, un principio que debían reproducir los corazones.
Aun cuando Anna Reeves Jarvis centra los análisis históricos sobre el Día de la Madre, es oportuno realizar un acto de justicia y mencionar a la poetisa estadounidense Julia Ward Howe, pues desarrolló las primeras manifestaciones religiosas en la ciudad de Boston, en 1865, junto a madres víctimas de la Guerra Civil.
Anne Reeves Jarvis trasladó la experiencia a la ciudad de Virginia, donde adquirió gran fuerza. Según Donna Miller “… estaba convencida de que las madres, las mujeres, pero especialmente las madres, tenían que trabajar por la paz, por el impacto de la guerra en sus esposos y sus hijos, de una manera tan centrada y clara que sus voces serían poderosas. Eso es lo que está en la génesis del actual Día de la Madre”.
Al morir Anna Reeve Jarvis, su hija Anna Maria se mantuvo fiel al propósito de hacer realidad la celebración. Pero definía el Día de la Madre como un momento para escribir una carta personal, enviarle un clavel y dedicar un tiempo para asistir junto a ella a la iglesia.
Llegó a alcanzar tanta fuerza el Día de la Madre que no pudo impedirse su conversión en Día de las Madres, ni el auge desmedido de su espíritu comercial: en 2019 los gastos por esa fecha se cifraron en 25.000 millones de dólares.
Los anales de la historia recogen tradiciones similares en el antiguo Egipto dedicadas a la Diosa Isis, madre de los faraones; en Grecia, reverenciando a Rhea, madre de Júpiter, Neptuno y Plutón; y luego se extendieron a Roma, con festividades primaverales de tres días a la diosa madre Cibeles.
Desde el siglo XVII hasta inicios del XX existen otras celebraciones similares como las dedicadas a honrar a la Iglesia en que se fue bautizado: Iglesia Madre, realizadas el cuarto domingo de cuaresma. Aunque fue traída por los peregrinos del Mayflower, paulatinamente se perdió la tradición.
Anne Maria Jarvis fue la artífice de las celebraciones modernas del Día de las Madres al luchar por cumplir el sueño de la suya, Anna Reeves Jarvis, una mujer que reverencia lo más genuino no sólo del pensamiento metodista sino religioso en EEUU. Su sueño es una realidad en este país y en muchos del hemisferio occidental, aunque pocos conozcan a quien murió demente, pobre y sin hijos.
Si me pidieran escoger un regalo este segundo domingo de mayo para ella, serían por supuesto claveles, pero la reverenciaría, además, con la palabra más bella del idioma: Gracias, por ser la madre de este día.
Fuente: Diario de las Americas