Nada en The Shape of Water es casualidad. Y es que la última película coescrita, producida y dirigida por el mexicano Guillermo del Toro es un ejercicio preciosista. Con los primeros fotogramas — que sumergen al espectador en un mundo submarino lleno de objetos que nunca podrían sobrevivir bajo el agua — y en el momento que conocemos a su protagonista Elisa (Sally Hawkins) y la acompañamos en una rutina diaria que implica huevos hervidos y un baño onanista, la música (Alexandre Desplat), las composiciones simétricas perfectas y los colores azules saturados parecen la elección de un discípulo de Jean-Pierre Jeunet enamorado de su Amélie.
Y es que, igual que Amélie, La forma del agua es un cuento de hadas moderno e ingeniado desde la sensibilidad progresista del siglo XXI. «Si te hablara de esto, qué te contaría. Es una historia de amor y de pérdida y del monstruo que intentó destruirlo todo», nos empieza a explicar una voz en off.
La heroína de esta fábula ambientada en Baltimore en plena Guerra Fría es una señora de la limpieza muda amante de los objetos hermosos, como los zapatos de tacón de color rojo. Tiene un amigo y vecino gay — Giles (Richard Jenkins) — obsesionado por la idea de estarse haciendo mayor. Y tiene una amiga y compañera de trabajo — Zelda (Octavia Spencer) — encargada de la conversación cuando ambas limpian durante las noches en una institución gubernamental de fines dudosos. Elisa acabará cautivada por el misterio que rodea la llegada de una nueva criatura a la institución.
La criatura (no hay película de Guillermo del Toro sin ella) desencadena una historia de amor que tal vez se desarrolla con demasiada rapidez y no tanto frente a nuestros ojos, sino — intuimos — cuando la cámara no está presente. Aunque en realidad no importa por qué se enamoran Elisa y el hombre anfibio. Simplemente lo hacen.
El conflicto viene en forma de un agente de la institución gubernamental — Richard (Michael Shannon) — encargado de torturar a la criatura no sabemos exactamente por qué. Un malo malísimo que Del Toro nos dice no tan sutilmente que se trata del monstruo de esta historia. A pesar de que, a simple vista, otros puedan considerar que el monstruo es la criatura.
Esa es en realidad mi única crítica hacia The Shape os Water: el uso caricaturizado de un malvado y su insistencia por mostrarnos todas sus perversiones. Incluida una fascinación con dos dedos amputados que tiene (resultado de un encontronazo violento entre Richard y el hombre anfibio) que me hizo retirar la mirada de la pantalla en más de una ocasión.
Por lo demás The Shape of Water es una metáfora sobre la aceptación y el miedo a no encajar, sobre los prejuicios racistas o xenófobos y sobre la ansiedad que nos entra cuando el espejo no nos devuelve la imagen que desearíamos ver. Una metáfora sobre la humanidad y sus defectos y virtudes que, respetando la mejor tradición de Del Toro, escoge a una criatura no humana para explicarlo.
Un filme donde Del Toro vuelve a demostrar que el suyo es un cine muy adulto y que incluye una exquisita escena acuática que, sin llegar a los niveles de sensualidad de Crimson Peak, demuestra que esta es no sólo una historia de amor, sino también de sexo.
Y es que, tal y como remarca Giles en uno de sus muchos momentos cargados de humor y sabiduría en la película, si pudiera le daría este consejo a su yo más joven: «Cuida mejor de tus dientes y folla mucho más». Casi como si Del Toro estuviera tratando de decirnos algo.
En todo caso, esperamos que Del Toro dirija mucho más.
Vía: cnet.com