[dropcap]L[/dropcap]os juegos del hambre: Sinsajo-Parte 1 (The Hunger Games: Mockingjay – Part 1, 2014) [spoiler] comienza con Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) acurrucada en la esquina de una habitación mientras revive el terror del último capítulo en el que fue salvada por los rebeldes y acogida en el Distrito 13, mientras que Peeta (Josh Hutcherson) fue capturado y confinado al Capitolio. Tiene pesadillas a causa de la culpa. Ella sobrevive en los restos subterráneos del distrito 13, cuya presidenta, Alma Coin (Julianne Moore), asistida por Plutarco Heavensbee (Philip Seymour Hoffman), lidera la revolución contra el presidente Snow (Donald Sutherland). [/spoiler]
[su_note note_color=»#ffe066″]El siguiente artículo tiene contenido que puede ser considerado como SPOILER, así que lo hemos ocultado y sólo lo podrás ver si haces click sobre el texto borroso.[/su_note]
Por Verónica Sánchez Marín – para Enfilme
[spoiler] La lideresa le prepone a Katniss ser el rostro de la insurrección y de ese modo inspirar a los habitantes de Panem a unirse a la lucha. Katniss acepta ser el Sinsajo de la causa con una condición: rescatar a Peeta (Josh Hutcherson) y todos los demás que se quedaron atrás durante el rapto de Los Juegos del Hambre, evento sádico donde la gente se mata entre sí para deleite y horror de los últimos pobladores de la Tierra. [/spoiler]
[pullquote_right]El filme termina mostrándonos una sublevación que se construye como una guerra entre programas de televisión[/pullquote_right]
Las tareas de Katniss a partir de ahora en tanto figura pública se reducen a protagonizar los videos de propaganda para motivar a los ciudadanos de otros distritos a apoyar la rebelión. El argumento presenta un mundo decadente que se niega a vivir bajo un régimen totalitarista, cuyas peculiaridades guardan crasas semejanzas con ciertos rasgos de la realidad actual que causan descontento en buena parte del mundo: medios de comunicación en los que prima el divertimento trivial y la censura, una sociedad quebrada por la desigualdad social, solapada por el abuso policial y el control ejercido por parte de una clase frívola y peligrosamente indiferente con el resto del mundo.
El inicio de la guerra contra la élite opresiva y estrambótica del sector 1, donde yace el Capitolio –cuyos lujos condenan a la inmensa mayoría a vivir en la pobreza–, se erige como el argumento principal de esta secuela. En el filme se plantea una distopía propia de un mundo derruido política, económica y socialmente ante el poder aristocrático, pero el afán revolucionario asociado a la juventud dentro de la película cumple más bien un papel de telón y escenario, no de trama central.
La lucha insurgente es, de algún modo, una excusa y un entorno, un episodio ajeno al drama central (idéntico al de la saga Crepúsculo): la historia de una adolescente enamorada de dos chicos guapos (uno sensible e incondicionalmente dispuesto a aceptar un papel secundario en su vida, y uno rudo y guerrero sufriente por no tenerla como su amante por completo) que no se decide por ninguno, aunque ambos mueren por ella; ella, en su calidad de buena novia, amante, hermana e hija, solo se interesa por el bienestar de sus seres queridos y toma decisiones basadas en el corazón, no en la razón. Una justificación rebuscada, pues, del espíritu intemperante de la juventud enamoradiza y volátil, dependiente de lo que dictan las hormonas y los impulsos individuales, y egoísta –la verdadera causa de Katniss son los suyos, sus seres queridos, los cercanos, es decir, ellos son todo cuanto considera necesario para estar feliz y tranquila, no el resto del mundo, a pesar de que ella es la imagen de un movimiento de ‘liberación’.
[pullquote_left]Lo más destacable de la película es que todos los elementos están amalgamados sin verse forzados[/pullquote_left]
Adaptado por Peter Craig y Danny Strong a partir del tercer libro de la serie de Suzanne Collins, la dirección de Francis Lawrence dota al relato de cinismo e ironía con un toque de exceso que critica los afanes publicitarios tan comunes a los líderes políticos, así como los ademanes retóricos y demagógicos de la propaganda.
El filme termina mostrándonos una sublevación que se construye como una guerra entre programas de televisión: unos buscan el levantamiento de masas a través de la manipulación mediática usando como gancho la imagen de la joven heroína –quien se debate entre continuar con esa campaña o sucumbir, ante sus emociones–, consciente de que está siendo utilizada por los dirigentes de la revolución, confundida también entre el amor que siente por Gale (Hemsworth) y Peeta, ambos pretendientes igualmente dignos para ella. Otros buscan convencer a los ciudadanos de lo nocivo de iniciar una guerra –porque destruiría completamente lo que queda de la Tierra– a través de programas de opinión pública, donde Stanley Tucci caracteriza a Caesar Flickerman de un modo magistral, luciendo como un hampón acomodaticio de los medios —en México, sería una mezcla de Joaquín López-Dóriga, Marco Antonio Regil y una pizquita de Raúl Velasco.
Lo más destacable de la película es que todos los elementos están amalgamados sin verse forzados. Cada pieza de la trama tiene coherencia y solidez en el relato —nada es sorprendente o destacable por sus aportaciones estilísticas, pero está cabalmente narrado. En Sinsajo-Parte 1 se prescinde de la espectacularidad de Los juegos del hambre: en llamas (2013): la arena (el escenario virtual en el que tenían lugar las luchas), las persecuciones o aquella densa niebla que devoraba todo a su paso. El ritmo se desacelera para dar paso a las ideas y tácticas de ataque propuestas por Plutarco y ejecutadas por Coin. Francis Lawrence –quien también se encargará de la última parte de la saga– le da un tono casi contemplativo a la narrativa de la película, tanto que sus protagonistas tienen tiempo para hablar de sus sentimientos o simplemente se rinden a un momento de relajación, como observar a un ciervo pastando, o hasta cantar una canción en un momento holgado de recuerdos dolorosos que discrepan con la pasividad de un paisaje verde, libre, y cadencioso.
El dejo abrumador de las anteriores películas todavía permanece en esta secuela, aunque solo por momentos. Hay una amenaza latente: el Capitolio subyuga a cuantos resulten amenazantes por relacionarse con el símbolo del Sinsajo (Katniss). Las torturas a las que someten a los prisioneros es uno de sus elementos más preciados en esta nueva saga: nos transmiten el miedo, la amenaza y el sufrimiento de los cautivos.
En esta producción, se prescinde de la paleta multicolor que prevalecía en las anteriores películas, para dar paso a tonos grises y pasteles, que dotan a la narrativa de una atmósfera pálida y claustrofóbica —intentando emular a los rebeldes sudamericanos o la subcultura de izquierdas que copiaba el modelo estético de la Unión Soviética. En su primera mitad, el filme se toma su tiempo para desarrollar un poco más los personajes ya presentados en Los juegos del hambre (Gale, Peeta, Johanna, Haymitch, Beetee), esta vez con abundantes expresiones que pretenden conmover por su evidente afectación en los diálogos –Gale a Katniss: “Nunca serás capaz de dejarlo ir. Siempre te sentirás mal por estar conmigo”—, algo que no va en detrimento del filme. El guión está pensado para el romanticismo de corazones, propensos a la cursilería. Y, a pesar de ello, el director no se pierde en lo presuntuoso: lo dosifica hasta donde puede.
El filme sirve como puente de lo que vendrá en la segunda parte: una guerra que promete ser devastadora y definitiva, pero de la que solo alcanzamos a ver los preparativos. Las claves que sostienen la trama siguen siendo las de películas anteriores: la madurez y naturalidad con las que Jennifer Lawrence asume su personaje de heroína y ahora estrella mediática adorada por los rebeldes. El elenco de personajes secundarios como Julianne Moore y Philip Seymour Hoffman, sirven de estímulo a la narración gracias a sus marcadas personalidades y precisas interpretaciones. Moore es eficiente, y Hoffman, astuto como consultor político.
Aun así, la película se siente morosa en ritmo y argumento, quizá porque su versión literaria no daba para dos partes en la pantalla grande, obedeciendo más a una estrategia comercial para obtener más ganancias, tal como sucedió con Harry Potter y pasa en El Hobbit. La tercera entrega de Los juegos del hambre, resulta un entretenido calentamiento para la película final. Se agradece la buena ejecución, la inteligencia expresiva para no intrincar una obra simple y blanda con los lectores. La dirección y el diseño de entornos destacan por su puntualidad para contar la historia tal cual sin darle una profundidad, todo acorde con la textura ligera de la novela.